Lecturas a la hora del té

Lecturas a la hora del té
(Pintura de Vicente Romero)

domingo, 26 de julio de 2015

LOS MUNDOS

(Pintura de Michael Cheval)

En este mundo existen, a su vez, miles de mundos. Imposible conocerlos todos en este espacio tan corto que nos da la vida. Sólo mediante la imaginación guardamos la esperanza de conocer algún otro. ¿Qué será más acertado, lo real o lo imaginario? Lo imaginario, pienso yo, porque la realidad está sujeta al punto de vista de cada uno y lo imaginado depende de la unidad personal.

jueves, 16 de julio de 2015

QUESIYOPSIS (Faraónica voluntad) Incluido en el libro La casa de las mil estancias.

Muerte de Cleopatra


Yo, Cleopatra VII Filopator Nea Thea, hija de Cleopatra V Trifena y de Ptolomeo XII Auletes, Reina de Reyes del Alto y Bajo Egipto, ordeno transcribir mis últimas voluntades en el quinto día del tercer mes de la inundación del año I de la batalla en Actium en la que mi ejército egipcio junto al aliado romano de Marco Antonio fueron derrotados por las tropas de Octavio, capitaneadas estratégicamente por Agripa.
Tras el suicidio de Marco Antonio he intentado en vano hacer sucumbir al enemigo ante mis encantos y astucias para evitar que las tierras de mi amado Egipto se conviertan en la provincia despensa de Roma. Las derrotas de mis batallas libradas tanto en el Adriático como en aposentos de mi palacio me han hecho tomar la última decisión de ser abrazada por la muerte antes de que se cumpla el fatal destino de convertirme en esclava de mi enemigo, imponiendo que se cumplan mis voluntades conforme procede a la descendiente de Ra.
Tomad nota de mis últimas palabras en las mejores hojas de papiro, aquellas bañadas por Iteru en las tierras negras y secadas al sol del desierto cerca de las pirámides, a los pies de los más grandes faraones. No uséis para su escritura cálamo vegetal a modo de los romanos; dibujadlas con las plumas del Ibis sagrado que otorguen los trazos regios que corresponden a los pergaminos cuñados con sellos de la Casa Ptolemaica. Utilizad tintes indelebles que perpetúen en el tiempo mis mandatos, para que futuras generaciones rememoren el sacrificio elegido por la mayor Reina de Egipto. Además, ordeno expreséis mis deseos en escritura hierática: queda prohibida su traducción al latín o al griego. Que sean los más afamados traductores egipcios los que interpreten mis palabras ante Octavio, ya que dentro de mí alerto desconfianza si mis voluntades le fueran transmitidas por alguno de sus impíos generales, que se jactan de poseer el conocimiento de traducción de jeroglíficos y, sin embargo, no realizan distinción entre las diferentes cabezas de nuestros más afamados dioses.
Ofrecedme una cesta con el áspid oculto entre mis frutas preferidas para que el dulce paladar amortigüe su veneno. Esperaré su mordedura como anhelé las caricias de Marco Antonio tras los regresos de sus múltiples campañas. El placer del dolor escogido se asemejará a los orgasmos encadenados de mis más satisfactorias veladas en compañía de bellos esclavos nubios. La ilusión del disfrute de su mordida rodeada de los mejores frutos de la tierra, no harán más que hacerme rememorar mis mejores años de gloria junto a César y mi entrada triunfante en Roma rodeada de la opulencia que correspondía a la Reina de Egipto y madre de Cesarión. Cuando el veneno recorra mis venas, quemándome las entrañas y paralizando mi corazón, sonreiré con el convencimiento de que se estará cumpliendo lo estipulado en ésta, mi última disposición.
Embalsamaréis mi cuerpo con los mejores ungüentos y pomadas de olor traídos desde Mesopotamia y secaréis mis entrañas con polvos de brezo y olivo que me hagan recordar en el más allá los efluvios del delta de Iteru en su confluencia con el Mare Nostrum. Protegeréis mi momia con los amuletos escogidos y sustituiréis mi corazón con un escarabeo que lleve inscrito un extracto del Libro de los Muertos para mi reverente presentación ante el Tribunal de Osiris.
No soy merecedora de la sepultura dentro de la pirámide, junto a mis antepasados muertos que reinaron y murieron siendo dueños de su Imperio, pero tampoco deseo os deshagáis de mi cuerpo en mitad del desierto a ras de la arena, donde sea pasto de alacranes, culebras y todo ser vivo que se arrastra. Un mausoleo a un nivel más elevado que la altura de los hombres bastará. Una sepultura compartida con Marco Antonio en Alejandría, cercana a la Gran Biblioteca. Después de mi muerte deseo seguir instruyéndome de cuantos libros de Medicina, Aritmética y Geometría, Astronomía o Literatura quepan en el recinto funerario, como fiel acompañamiento de mi cuerpo momificado. No fue mi belleza la que atrajo a los más poderosos hombres de la Tierra, a estas alturas ya es conocido que por mi estirpe no fui dotada con facciones agraciadas, sino que fueron el lujo y el poder, unidos a mi exquisita educación, los que hicieron de mí la mujer más deseada y carismática de su tiempo.
Me despediré de mis hijos sin que ellos sean conscientes de que aquél será el último encuentro que, transcurrido el tiempo, recordarán junto a su madre. Llevarme la imagen de sus sonrisas a la muerte me facilitará el amargo trance de la última hora. A ellos entregaréis esta misiva anunciadora de mi muerte después de que mi aliento lance su último suspiro para que personalmente se la hagan llegar a Octavio, quien podrá hacer alarde de su poder en la ceremonia del Triunfo a su vuelta a Roma. Allí, sin duda, será homenajeado con vítores y proclamas en un baño de multitudes de patricios aduladores, paganos analfabetos y senadores amantes de la traición que, acogiéndose a la caída del duunvirato tras la derrota de Marco Antonio, le proclamarán Augusto del Imperio y, muy probablemente, Emperador. Mi muerte, la de la gran enemiga de Roma, la de la reina egipcia que conquistó a Julio César y les arrebató al mayor General de sus ejércitos no hará más que encumbrar a mi enemigo a la altura de sus imperfectos dioses. A cambio, imploro a Octavio que acoja y eduque a los hijos de César y de Marco Antonio conforme establecen las leyes del fuero romano y dentro de mí guardo la secreta esperanza de que su esposa Livia acoja a mis hijos como a los paridos de su vientre y que los incluya como sucesores de la estirpe de la dinastía Julio-Claudia. No encuentro mejor destino para ellos que sean acogidos, como por cuna les corresponde, bajo palio del Emperador.

Y todo ello lo dispongo y ordeno

YO, CLEOPATRA VII,
ÚLTIMA REINA DE LA DINASTÍA PTOLEMAICA Y
DESCENDIENTE DE RA.


jueves, 9 de julio de 2015

TABAQUERÍA (FERNANDO PESSOA) Mi poema favorito

Fernando Pessoa

Otros nombres: Fernando António Nogueira Pessoa
País: Portugal
Nacimiento: Lisboa, 13 de junio de 1888
Defunción: Lisboa, 30 de noviembre de 1935

De nombre Fernando Antonio Nogueira Pessoa, marchó en su infancia, por razones familiares, a residir en Durban, Sudáfrica, recibiendo educación en inglés en la Durban High School. Tras un periodo en Portugal, regresó de nuevo a Durban, estudiando en la Comercial School y de nuevo en la Durban High School. Regresó ya definitivamente a Portugal en 1905, dedicándose a la traducción, la crítica literaria en varios periódicos y a la creación de poemas, parte de los cuales también publicó en prensa, y ganándose la vida como agente comercial. Creó una editorial, de escasa duración, y fundó una revista literaria. La mayor parte de su obra, la publicó en inglés.

Conocido fundamentalmente por sus poemas, también escribió prosa. El autor, adoptaba para la escritura, varias personalidades, que él mismo definió como heterónimos (no seudónimos), siendo los más conocidos, además de los adoptados en su juventud, los deAlberto CaeiroÁlvaro de Campos y Ricardo Reis.
  Ha participado en esta ficha: carlosciro


TABAQUERÍA
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle constantemente cruzada por la gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente,
con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme
y no tuviese otra fraternidad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la fila de vagones de un tren, y una partida pintada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

He fracasado en todo.
Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada.
El aprendizaje que me impartieron,
me apeé por la ventana de las traseras de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.
Pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?
¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones!
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?

No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero
ni encontrarán quien les preste oídos?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que hizo Napoleón.
He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no ha nacido para eso;
seré siempre el que tenía condiciones;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,
y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, pequeña,
come chocolatinas!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas,
mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes!
Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño,
lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.)

Pero por lo menos queda de la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido hacia lo Imposible.
Pero por lo menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada,
o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,
o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres,
o no sé qué moderno -no me imagino bien qué-,
todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad,
veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo a los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo a los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)

He vivido, estudiado, amado, y hasta creído,
y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira,
y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado ni creído
(porque es posible crear la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
puede que hayas existido tan sólo, como un lagarto al que cortan el rabo
y que es un rabo, más acá del lagarto, removidamente.

He hecho de mí lo que no sabía,
y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
El disfraz que me puse estaba equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que no me había quitado.
Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho,
y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo
como una alfombra en la que tropieza un borracho
o una estera que robaron los gitanos y no valía nada.

Pero el propietario de la tabaquería ha asomado por la puerta y se ha quedado a la puerta.
Le miro con incomodidad en la cabeza apenas vuelta,
y con la incomodidad del alma que está comprendiendo mal.
Morirá él y moriré yo.
Él dejará la muestra y yo dejaré versos.
En determinado momento morirá también la muestra, y los versos también.
Después de ese momento, morirá la calle donde estuvo la muestra,
y la lengua en que fueron escritos los versos,
morirá después el planeta girador en que sucedió todo esto.
En otros satélites de otros sistemas cualesquiera algo así como gente
continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de cosas semejantes a muestras,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me incorporo a medias con energía, convencido, humano,
y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como a una ruta propia,
y disfruto, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de encontrarse indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
a lo mejor sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana.

El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, le conozco: es el Esteves sin metafísica.
(El propietario de la tabaquería ha llegado a la puerta.)
Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ha visto.
Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado ¡Adiós, Esteves! , y el Universo
se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquería se ha sonreído.