(Pintura de Ricardo Fernández Ortega)
Cierto día el Todopoderoso decidió modelar del barro un ser a su
imagen y semejanza. Sopló e infundió vida a la estatua, le llamó
hombre y se vanaglorió concediéndole un deseo.
—No quiero estar solo, Señor.
De inmediato, el hombre se vio
rodeado de la belleza del jardín del Edén y, a su lado, un ser de
su misma especie pero a su vez muy diferente que le cautivó.
—Es una mujer y será tu
compañía —anunciaba la voz atronadora—. ¿Cuál es tu anhelo,
mujer?
—Señor, deseo que nos señales
el árbol con los frutos de la sabiduría que encierran semillas de
igualdad.
Al instante, hombre y mujer
fueron desterrados del Paraíso.
(Pintura de Ricardo Fernández Ortega)
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