(Pintura de Livia Teresa Beatriz Caggiano)
El látigo de la hora señalada azuza el viaje circular
como la gravedad del satélite amaestra en ciclos las
mareas
bajo cuyo ritmo se comparten elucubraciones fantasmas.
En el equipaje, sentimientos envasados. Dentro del
camarote,
solitaria meditación coloreada con escritos. Allá
fuera,
audaces campos de cobalto por conquistar.
Los caballeros navegantes bogan sin descanso en un
tiempo de humo
que miden con la clepsidra gobernada por la mar,
guerreando con las armas empolvadas de los sueños.
Las palabras confinadas les golpean y las distancias les
balancean.
Su locura es ternura igual que la que anida en ombligo
infantil.
Heridas antiguas vuelven a helarles la sombra,
no hay más salida que no salir.
Entre algodones se guarecen hacia dentro,
calentando sus almas con el tibio aliento de los
recuerdos,
como bálsamo aromático de su dolor.
Bendita insania que anestesia y salva batallas,
que fortalece y hace vivir. Son supervivientes
dentro del rocín de metal donde el mundo incierto
está hecho a su mano, aferrándose con bridas de utopía
que los anudan al pañol de la verde remembranza.
Aunque naufraguen,
les habita vesania de sobra a la que agarrarse.
¿En qué pañol guardarán sus anhelos?
¿A qué mosquetones del ánima trincarán los amarres
de sus líricas estachas?
¿En qué gambuza se nutrirán sus falaces ilusiones?
¿Por qué escotilla se colarán las esperanzas?
Y el ponto omnisciente se nutre del silencio amordazado,
de los apegos escasos de piel, de las quimeras abortadas
y se ríe y se engorda y se regodea y se empapa de
alegría
y se torna femenina singular,
la mar.
Cuando sosegada,
abre sus carnes en canal como entregada Dulcinea,
con sus muslos firmes abrazando quilla y casco,
y la crepitante espuma enarbolando la bandera del
orgasmo.
La lanza de proa es soldado gastador
que acuchilla las baladas de sirenas,
conquistando otros mundos y otras lenguas,
para volver a encontrar su tesoro de paz
allí donde los sueños se empapan de lluvia horizontal
que oloriza el tiempo de la greda.
Cuando encelada,
anuda su estela a la cólera de los vientos villanos,
que despliegan sus trompetas para llamar al combate
cual ejército de mercenarios.
Dulcinea,
reincidente cleptómana del vigor de los sueños,
tambalea
a Rocinante,
lo
voltea, lo sacude, lo escupe, lo endereza,
lo
quiebra, lo avasalla, lo doblega.
Y
los caballeros navegantes,
locos
de atar, amarran escalas, posicionan estachas,
cabalgan
las olas enfilando sus lanzas
directas
a los gigantes de su imaginación.
Vapuleados,
resisten
la batalla mutando en mirada de gente antigua
que
les cubre con un manto de sabiduría templada
y
les aúpa en volandas, pariendo versos en eclipse
que
enraizaron en el sustrato de la soledad y el desarraigo.
Sanados,
se convierten en piel del aire
cuando se sella el círculo
y posan su pie sobre el suelo sin balance.
Y
la tierra, amorosa, les guarece con los brazos de la madre protectora
y
los Sanchos les aguardan con frescos gazpachos de noticias ya añejas
y
se liberan las caricias atesoradas en los bolsillos del cronos.
Sólo
en un mientras sus almas se teñirán del color de la tierra
porque
inexorable arribará la atracción por Dulcinea.
Qué asombroso vocabulario marino! y que analogía perfecta has realizado! Una asombro y una maravilla leerte! Como verás no puedo dejar de hacerlo. Saludos.
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