Yo, Cleopatra VII
Filopator Nea Thea, hija de Cleopatra V Trifena y de Ptolomeo XII
Auletes, Reina de Reyes del Alto y Bajo Egipto, ordeno transcribir
mis últimas voluntades en el quinto día del tercer mes de la
inundación del año I de la batalla en Actium en la que mi ejército
egipcio junto al aliado romano de Marco Antonio fueron derrotados por
las tropas de Octavio, capitaneadas estratégicamente por Agripa.
Tras
el suicidio de Marco Antonio he intentado en vano hacer sucumbir al
enemigo ante mis encantos y astucias para evitar que las tierras de
mi amado Egipto se conviertan en la provincia despensa de Roma. Las
derrotas de mis batallas libradas tanto en el Adriático como en
aposentos de mi palacio me han hecho tomar la última decisión de
ser abrazada por la muerte antes de que se cumpla el fatal destino de
convertirme en esclava de mi enemigo, imponiendo que se cumplan mis
voluntades conforme procede a la descendiente de Ra.
Tomad
nota de mis últimas palabras en las mejores hojas de papiro,
aquellas bañadas por Iteru en las tierras negras y secadas al sol
del desierto cerca de las pirámides, a los pies de los más grandes
faraones. No uséis para su escritura cálamo vegetal a modo de los
romanos; dibujadlas con las plumas del Ibis sagrado que otorguen los
trazos regios que corresponden a los pergaminos cuñados con sellos
de la Casa Ptolemaica. Utilizad tintes indelebles que perpetúen en
el tiempo mis mandatos, para que futuras generaciones rememoren el
sacrificio elegido por la mayor Reina de Egipto. Además, ordeno
expreséis mis deseos en escritura hierática: queda prohibida su
traducción al latín o al griego. Que sean los más afamados
traductores egipcios los que interpreten mis palabras ante Octavio,
ya que dentro de mí alerto desconfianza si mis voluntades le fueran
transmitidas por alguno de sus impíos generales, que se jactan de
poseer el conocimiento de traducción de jeroglíficos y, sin
embargo, no realizan distinción entre las diferentes cabezas de
nuestros más afamados dioses.
Ofrecedme una cesta con
el áspid oculto entre mis frutas preferidas para que el dulce
paladar amortigüe su veneno. Esperaré su mordedura como anhelé las
caricias de Marco Antonio tras los regresos de sus múltiples
campañas. El placer del dolor escogido se asemejará a los orgasmos
encadenados de mis más satisfactorias veladas en compañía de
bellos esclavos nubios. La ilusión del disfrute de su mordida
rodeada de los mejores frutos de la tierra, no harán más que
hacerme rememorar mis mejores años de gloria junto a César y mi
entrada triunfante en Roma rodeada de la opulencia que correspondía
a la Reina de Egipto y madre de Cesarión. Cuando el veneno recorra
mis venas, quemándome las entrañas y paralizando mi corazón,
sonreiré con el convencimiento de que se estará cumpliendo lo
estipulado en ésta, mi última disposición.
Embalsamaréis mi cuerpo
con los mejores ungüentos y pomadas de olor traídos desde
Mesopotamia y secaréis mis entrañas con polvos de brezo y olivo que
me hagan recordar en el más allá los efluvios del delta de Iteru en
su confluencia con el Mare Nostrum. Protegeréis mi momia con los
amuletos escogidos y sustituiréis mi corazón con un escarabeo que
lleve inscrito un extracto del Libro de los Muertos para mi reverente
presentación ante el Tribunal de Osiris.
No soy merecedora de la
sepultura dentro de la pirámide, junto a mis antepasados muertos que
reinaron y murieron siendo dueños de su Imperio, pero tampoco deseo
os deshagáis de mi cuerpo en mitad del desierto a ras de la arena,
donde sea pasto de alacranes, culebras y todo ser vivo que se
arrastra. Un mausoleo a un nivel más elevado que la altura de los
hombres bastará. Una sepultura compartida con Marco Antonio en
Alejandría, cercana a la Gran Biblioteca. Después de mi muerte
deseo seguir instruyéndome de cuantos libros de Medicina, Aritmética
y Geometría, Astronomía o Literatura quepan en el recinto
funerario, como fiel acompañamiento de mi cuerpo momificado. No fue
mi belleza la que atrajo a los más poderosos hombres de la Tierra, a
estas alturas ya es conocido que por mi estirpe no fui dotada con
facciones agraciadas, sino que fueron el lujo y el poder, unidos a mi
exquisita educación, los que hicieron de mí la mujer más deseada
y carismática de su tiempo.
Me
despediré de mis hijos sin que ellos sean conscientes de que aquél
será el último encuentro que, transcurrido el tiempo, recordarán
junto a su madre. Llevarme la imagen de sus sonrisas a la muerte me
facilitará el amargo trance de la última hora. A ellos entregaréis
esta misiva anunciadora de mi muerte después de que mi aliento lance
su último suspiro para que personalmente se la hagan llegar a
Octavio, quien podrá hacer alarde de su poder en la ceremonia del
Triunfo a su vuelta a Roma. Allí, sin duda, será homenajeado con
vítores y proclamas en un baño de multitudes de patricios
aduladores, paganos analfabetos y senadores amantes de la traición
que, acogiéndose a la caída del duunvirato tras la derrota de Marco
Antonio, le proclamarán Augusto del Imperio y, muy probablemente,
Emperador. Mi muerte, la de la gran enemiga de Roma, la de la reina
egipcia que conquistó a Julio César y les arrebató al mayor
General de sus ejércitos no hará más que encumbrar a mi enemigo a
la altura de sus imperfectos dioses. A cambio, imploro a Octavio que
acoja y eduque a los hijos de César y de Marco Antonio conforme
establecen las leyes del fuero romano y dentro de mí guardo la
secreta esperanza de que su esposa Livia acoja a mis hijos como a los
paridos de su vientre y que los incluya como sucesores de la estirpe
de la dinastía Julio-Claudia. No encuentro mejor destino para ellos
que sean acogidos, como por cuna les corresponde, bajo palio del
Emperador.
Y todo ello lo dispongo y
ordeno
YO, CLEOPATRA VII,
ÚLTIMA REINA DE LA
DINASTÍA PTOLEMAICA Y
DESCENDIENTE DE RA.
Caray! qué maravilla! Realmente emocionante... Saludos.
ResponderEliminarRosaMaría, gracial mil por todos y cada uno de los comentarios que me has dedicado. Un beso muy grande desde Tenerife.
EliminarGracias por este blog, por cada uno de los premios que te dieron, a ellos se lo agradezco.
ResponderEliminarQuerida Carmen Marina, tus escritos y forma de escribir, son parte de cuanto vivo... Soy mujer de escribir entre pucheros, aunque no quiero decir que sea como la santa, o insanta ¡uf! cualquiera sabe que fue. Los pucheros son mi trabajo, y mi vida es coger de las letras el alma de quienes la dejaron para usarla.
Carmen, me alegra muchísimo que se acerquen hasta mi blog personas con intereses comunes. Las palabras y los pucheros nos acercan en la distancia. Un beso muy grande y vuelve pronto.
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