Una jamugas
Había ido a la batalla del sultán y
regresó vivo. Así lo escribió: “Todo me ha traicionado, hasta la
muerte”. Y se refugió en su jamugas donde se acomodó para
realizar lo que tenía por costumbre: dibujar en papel lo que gritaba
la lengua de su alma. Aquel asiento con respaldo encuerado y
estructura en madera de boj, con forma de tijera curvada y decoración
de taracea en marfil soportaba la prisión de la existencia que le
habitaba, ya como silla de montar ya como reposo de su cansancio. La
costumbre islámica de sentarse en el suelo sobre almohadas, hacía
tiempo que Boabdil había desterrado para adoptar, por influencia
italiana, la silla de tijera derivada del faldistorio. Era consciente
de que aquella silla era ejemplo de aceptación y coexistencia de dos
culturas: la del Islam y la del Cristianismo, la de Oriente y la de
Occidente. Cuando Boabdil tuvo que abandonar Granada, lo hizo con
lágrimas en los ojos, guardando en su interior la secreta esperanza
de que en el futuro se pudiera coexistir en paz en la tierra
bendecida por Dios y por Alá que había sido su hogar desde su
nacimiento. Su jamugas, que también observó llorar a su caballo,
fue fiel testigo.
Un texto precioso que me ilustró al respecto y que concilia lo que muchos deseamos por siempre: paz y entendimiento
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