(Pintura de Constantin Kacev)
Lo
vistieron con el nombre de Ian Sharp, porque su nombre de pila no era
propio de los cultos, con un traje como el de las naciones del norte
y con un lazo de color al cuello que llamaban corbata y que él
asemejaba con las ataduras para el ganado. Había sido parido hacía
trece años en el sur del mundo, donde en verano se moría de frío y
en invierno acudía a la playa. Él, que había sido el amo del
correr descalzo ahora era obligado a calzar rígidos zapatos de
charol negro, duros como caparazones de tortuga. El día que llegó a
su nuevo hogar, un ático de lujo en la Quinta Avenida de la Ciudad
de los rascacielos, se desmayó al salir del ascensor porque había
subido a las alturas y no observaba las montañas ni los caminos de
piedras para correr. Le habían robado la identidad al hijo de los
vientos.
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