Mama take this badge from me
I can´t use it any more
It´s getting dark too dark to see
feel like I'm knocking on heaven's door.
Knockin' on heaven's door (Bob Dylan)
No sé si esta canción me eligió a mí o yo la elegí a ella pero
la escuché el 31 de octubre, Día de los Muertos. Unas luces que
deslumbraban desde el techo me despertaron y me observé acostada
transversalmente sobre la camilla y la cabeza colgando por uno de sus
laterales. Indudablemente, me había desmayado. Me sentí algo
confusa y me asaltaba constantemente la canción Knockin' on
heaven's door que
había escuchado en el coche que
me llevó hasta Urgencias del Hospital. Tras varias pruebas y mucho
tiempo de espera, el neurocirujano me notificó que un extraño ser
habitaba mi cerebro y que debía ser operaba, con el riesgo que
suponía, o no habría solución. Acepté mal la noticia, no por mí
sino por tenerlo que comunicar a mi familia, de ahí el desmayo.
Había entrado en un pozo de
petróleo del que era imposible salir por mi misma. Un útero negro y
grasiento se fue haciendo con mis recuerdos, con mi nombre,
quitándome la comprensión de la lectura, dejándome sin saber
escribir y sin saber cómo poder hablar para ser entendida con
coherencia. Se adueñó de mi ser y me dañó lo más importante: mi
Yo. El útero de petróleo iba cubriéndolo todo y, desde unos días
antes de la operación dejé de preguntarme, de sufrir; vivía feliz
porque ya no entendía ni existía y reía como si todo fuera
maravilloso, incluso lo hice cuando me miré al espejo y me habían
afeitado la cabeza. El pozo era un alienígena que me atrapó y me
convenció de que mi renuncia me transformaría en una mujer más
feliz si no luchaba en su contra: era mucho más cobarde pero más
cómodo. Pero algo curioso sucedía, estando despierta, yo ya no era
yo. Pero cuando dormía recordaba la última canción Knockin'
on heaven's door o recitaba mis
poemas. El extraño nunca pudo entrar en mis sueños, no sabía que
existían ni se imaginaba que serían mi fuerza para subir la
escalera de la que tiraba mi marido desde arriba y yo ponía mi ganas
y actitud para subir. Incluso tuve tropiezos y algunos peldaños se
hicieron añicos pero nunca pensé renunciar. La
longitud del pozo me llevó catorce meses y salí alumbrada como un
parto ansiado. Miré a mi alrededor y observé que mi nueva vida
comenzaba en Navidad.
Querida Carmen Marina: Por tu fuerza y valor estoy convencida que debes emparentada con aquellos semidioses que poseían cualidades que su superaban a los mortales.
ResponderEliminarFeliz Navidad y mi abrazo apretado.
Querida Carmen: Solo los seres priviligiados pueden metabolizar el dolor y la angustia en un cuento magnífico, lleno de sentimiento. Tu fe, tus cuidados, la contención de tu familia y en especial tu poesía son las que te elevan y te dan fuerzas para seguir adelante. Un deseo grande de felicidad en estas tradicionales fiestas y todo lo mejor para el nuevo año. Un abrazo gigante!!!!
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